“Mi auto me da la libertad para salir a donde sea y volver cuando quiero”

Mi historia no es muy distinta a la de otras mujeres, donde parece que el conducir es una cosa solo reservada para los hombres.

De chica pasaba mucho tiempo junto a mi padre. Él me tenía cerca suyo y me hacía participar cuando le realizaba algún arreglo a su viejo Fiat 1500 Coupé. “Tenés que manejar”, era lo que me repetía constantemente.

Fue así como, a los 14 años, un primo me enseñó a conducir por el barrio. Sin embargo, todavía no sacaba la licencia.

Un tiempo después, conocí al que fue mi esposo durante 31 años. Él era muy machista y decía que manejar no era cosa de mujeres. Así, pasaron muchos años sin practicar, ya que él no me dejaba usar el auto (que por cierto también era mío).

Luego, ya separada y con 52 años, fui a una escuela de conductores. Hice el curso, rendí la prueba para sacar el registro y se lo dediqué a mi padre que desde el cielo se debe sentir orgulloso de que, finalmente, pude lograr obtener mi licencia.

A los pocos meses pude comprar mi propio auto y comencé a manejar. Tuve momentos en los que se me quedaba. Algunos caballeros me tenían paciencia y otros me han insultado por ir despacito.

Hice un viaje a la costa y otro a Entre Ríos. Fueron experiencias vividas con inseguridades, pero que hicieron que cada día maneje más segura.

Tener mi vehículo me da la libertad para salir a donde sea y volver cuando quiero.

No es fácil en un mundo hecho para los hombres, por eso admiro a aquellas mujeres que se animan a todo y a hacer tareas que antes solo eran para ellos.

Al ser sola, he tenido que hacerme de experiencias con muy poca ayuda. Pero esto me hace sentir bien y me da ganas de seguir intentando cada día más.